Por Juandemaro Querales
A: Gelindo Casasola
Si no hubiera sido por tu autosuficiencia, fueras hoy el mayor representante de la poesía
venezolana del siglo XX. Poeta medievalista pero renacentista de cuerpo y alma. Su gran
sabiduría lo llevaba a fanfarronear, su pedantería era graciosa. De viaje por la Paz Bolivia se te
ocurrió envenenarte con fosforo y cortarte las venas, atravesado surrealista. Acostumbraba a
visitar tu panteón de mármol negro y foto recamada allá en La Parroquia de Mérida. Un día me
dijo el camposantero que te habían sacado tus parientes, que ya muy viejos se regresaron a la
antigua Europa contigo a cuestas.
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A: Arnoldo Cortes (el bajo)
De ti no recuerdo mucho. Nuestra amistad fue en un remotísimo tiempo. La mente tiene un
mecanismo para congelar las andanzas de cuando éramos jóvenes. Tú te fuiste en la flor de
la vida. También me entere de tu muerte en un viaje al extranjero. Que hubiera sido de ti de
haber llegado a la senilidad, con tus admirables habilidades para el comercio.
A:Nelson Martinez
Viviste lo suficiente para valorar cada una de las estaciones en que se divide el tránsito por
la vida. Después de mi temporada en la Universidad de los Andes en Mérida, nos vimos muy
poco al inicio del ejercicio profesional. Nunca más supe de ti, solo por referencias vagas de
Héctor Ávila · “mamadeo” . Siempre te asocio a tu esfuerzo inútil ante el furioso Mar Caribe en
las playas de Morón, para evitar que sus aguas se llevaran a la hermana a sus profundidades.
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A: Humberto Febres Cordero Rodriguez
Los venezolanos más dedicados de la segunda mitad del siglo XX, se los llevo la taberna, eso
dice Uslar Pietri de la inteligencia nacional. A Humberto Febres se lo llevo el buen vino y la
vida de noctívago. De él nos queda evocar su bonhomía, también su Instituto de Estudio del
Llano y los Llaneros. De Altamira de Cáceres primer poblamiento de la actual Barinas, bajaron
sus habitantes, las riquezas de la agricultura de Cordillera, las nacientes del ancho rio el Santo
Domingo y el canto de Humberto Febres.
A: Mi tío Juan Vicente Querales
Como a todo cadáver no quise contemplarlo, la muerte es muy seria para observarla desde
unos ojos dormidos, en un cadáver frio y amarillento. Por lo caluroso del pasillo de techo de
zinc, a alguien se le ocurrió la genial idea de regar hielo en tu cajón marrón. Al pasar el tiempo
solo flotabas, desde el vidrio dabas la sensación que pedias que te salvaran de volver a perecer
y esta vez ahogado.
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A: Mi padre Tista Querales
El ha sido el único cadáver que he contemplado. Con el entable una polémica sobre el tema de
la pelona. Mi papá había sufrido mucho durante veinte años por la hemiplejia que padeció. Su
pequeño cadáver y los hundimientos de su rostro, me hacen recordarlo en los momentos más
impredecibles de mi vida.
A: Hilda Álvarez, mi madre
El aneurisma masivo la saco de circulación, no recuperando el sentido, al poco tiempo
falleció. Esta mujer es el alfa y omega de mi aventura vital, con la desaparición de ella, con
una longevidad tan larga, la vida para mi adquiere una importancia inusitada; donde la
perseverancia y la rectitud se dan la mano para ambicionar futuros logros
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Al ángel Juan Benito
Siempre estuviste en nuestro imaginario, parado en un rincón del salón, amarrado del
torso, .vestido de amarillo, con alas azules de cartón, rodeado de flores de trinitarias de
variados colores. Nunca faltaste en la imaginación frondosa de mi madre. Hace unos años te
visite en el viejo Cementerio de la 42 en Barquisimeto. El panteón lucia desastroso, lleno de
grietas, descascarado sin una mano de pintura, como si lo hubiesen bombardeado con un
escuadrón de caza bombardero.
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A Johnny el niño que dormía por las tardes
No me explico cómo te aplasto ese maldito carro, como salto la talanquera de concreto.
Que niño tan despierto y divertido. Cuando estoy en la vieja casa de Pueblo Aparte, suelo
recordarte sonriente y queriendo salir a dar un paseo en aquella ciudad calurosa pero fresca
por las noches sin luz.
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A Rafael David mi compañero de juegos
Tarde me di cuenta de lo mucho que te estimaba, nunca supere tu muerte temprana, en plena
juventud, esperando el momento de comenzar a estudiar Ingeniería en la vieja Universidad
de Mérida. Ocurrió la desgracia cuando aceptaste la cola de un conocido que iba manejando
perdido de borracho. Hoy te guardo la memoria poniéndole tu nombre al hijo más pequeño.
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A José Gregorio Alvarado
Busque entre viejos manuscritos dados para su conservación por el poeta Alvarado. Juro
no haber conocido a una persona que viva exclusivamente para la literatura. Un obrero de
la creación, su taller al final de su vida fue el Parque la Estación de La Victoria. He vuelto
nuevamente al paradisiaco lugar, para reencontrarme con la disciplina de la escritura y recrear
la rutina del mini cuentista.
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Relatos del libro Apareados (2014)