Por Juandemaro Querales
A veces deseo regalarle un ramo de flores a mi mujer, quien lo rechaza diciendo que no es su
entierro. Llevar su fotografía en mi cartera se burla a más no poder, le agarro un brazo para
caminar pegadito y me deja plantado.
Pienso en ella a determinadas horas del día. Imagino sus pantaletas de color pastel, sus piernas
blancas bien torneadas con venas que sobresalen. Me pongo erecto y me digo, hoy tampoco
será, llevando mi mano derecha al prepucio.
Que días aquellos cuando practicaba el sexo con perversión. Puros recuerdos que me
mantienen vivo, frente a la sequia de la actualidad, marcada por la vejes y la poca producción
de esperma.
Me situó en un ángulo del comedor y me preparo a engullir la ingesta de alimentos. La observo
por el rabo del ojo, como un cernícalo la siento merodear la cocina y el lavandero. Que pensara
esa ave en guardia perenne, del testigo ocular que la copula con la mirada?.
Si mi situación tiende a complicarse, prefiero exponerme a la intemperie, volver al desierto
del condenado, no estoy para eso, las fuerzas me han abandonado, prefiero hacer como las
arañas, que desde el techo tejen una red y se columpian hasta secarse.
En una línea de mi tembloroso trazo, quedo retratado de cuerpo completo. Hoy me levante
mas temprano que de costumbre, para evitar que la enfebrecida memoria se vaya con la
paralización de una parte de mi memoria. O la simple vida.
En las alforjas de mi otro yo, hay asuntos para rato. En estos días no hay momentos en que no
desee consignar en la grafía el pasado que es presente, escenas y personajes que se agolpan
en mi cabeza, pugnan por salir.
Cuando escogí la vía mas expedita para relacionarme con el mundo: el lenguaje. Lo hice a
sabiendas que andaría taciturno y escurridizo por esos mundos de mi esquizofrénico transitar.
Donde estarán mis compañeros de la infancia, de juegos, practicas zoofilias, de insurgencias y
desear las blancas de la plaza Bolívar. Que lastima por las primas y vecinas que cada vez huelen
más a aliños.
Nunca pude quitarme de encima la resolana de la diez de la mañana, ni el olor a rancio cuando
aprieta el calor. Mi inclinación edipica me impide moverme del pequeño mundo habitado por
mi madre: el cuarto cerrado, la cocina y el dintel de la puerta de enfrente.
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del libro de cuentos cortos Apareados 2014