Por:
JUANDEMARO QUERALES
EL SICARIO
Pasó toda la noche en vela. Allí arrinconado como un ratón ante los ataques de un gran gato.
Con la mujer a un lado, ensayaba con el revólver 9 mm como iba a disparar, jalar el gatillo y
apuntar a la frente y trabajo hecho. Pero todo el ensayo fue en vano, echado en el piso del
pequeño carro asiático, a una lluvia de balas que le dispara el Sicario. Ya siente en el cuerpo
algunas perforaciones, por lo caliente de la sangre en sus dedos y los ríos de líquido rojo que
ya traspasan la camisa. La Parca llegó tal como la esperaba desde hace un tiempo, vino en
un carro plateado sin placas, con los mensajeros de la muerte de lentes oscuros tratando de
rematar al chivo el apodo clave. Después se supo que eran oficiales de policía de servicio.
EL RASPACANILLAS
Cuando estaba frente al volante gustaba de oír música pasada de moda. Gallega maracucha
y Vallenatos del “indio” Pastor López. Lo había visto bailar una tarde en el Restaurant del
gordo Pei , lo hacía con la hermana Hermelinda, arrastrando los pies, sin levantar los zapatos
raspando la suela contra el piso de cemento. Era mi impresión difusa causada por la luz
encegueced ora del desierto. El Espaldero Policía en servicio se olvidó del objeto de su
permanencia en la fiesta. Bebía sin preocuparse de Leonardo. Si hubiesen llegado los Sicarios
nuevamente de seguro lo despachan para el cielo. Esta vez no lo salvan los escapularios de la
Chiquinquirà de Aregue, que siempre lleva guindando en el cuello con la camisa sin abotonar.
Morir rulfianamente en una cantina fantasmal. Caer malherido sobre el espejo de agua
lleno de jicoteas. Juan Preciado y Susana San Juan departiendo en la polvorosa Cantina de
Aregue. Una canción de los Máster de Maracaibo atiza el calor en aquellos parajes lunares.
Venir a descansar en paz en Aregue como el “negro” Tista Querales quien lo hizo un 20 de
octubre de 1990 en plena fiesta Patronal, época de lluvia y el Río inunda las playas secas de
arena llevándose los cultivos de melón y cebollas. Los cadáveres del cementerio se van con la
creciente hacia Boca de Aroa en la Costa de Yaracuy.
HASTA AHÍ ME TRAJO EL RIO
Cuando le dio los espasmos y se le nubló el sentido ya no supo más de sí. Los recuerdos
afloraron como instantáneas, la mente que se puso en off quiere testimoniar momentos
memorables. Con los ojos estràbicos y los labios llenos de espuma. El hijo al que llamaba “el
viejo” le conmina a que deje entrar la muerte, que no se resista. “Zamuro tuerto” ya no repara
en la voz del hijo al que más le prodigo amistad, enseñándole a reconocer las agujas del reloj
y a leer. Hablaba con Eustaquio que lo había seguido por la Cordillera Andina cuando huìa con
Hilda. Ese día el viejo gambito le había perdonado la vida.